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El solar donde los niños se prueban con la vida

El solar donde los niños se prueban con la vida
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(Notre-Dame) Cuarenta mandatarios mundiales. Y no está el Rey Felipe VI. España ha dejado de ser.

(Estudiosos de rodillas) Nuestro melancólico en jefe, Gregorio Luri, añora aquel tiempo en que los chavales llegaban a casa con las rodillas peladas. Aunque no dice nada de las hostias paternas por los pantalones rotos. En el diario El Debate, Luri va a más y detecta en las «rodillas impolutas» el síntoma crucial de la crisis de Occidente. Lo que es tremendo. Mi dilector ya habrá adivinado que las rodillas son la metáfora de la sobreprotección que los padres helicoidales dispensan a sus hijos. Al profesor de Lengua y Literatura Alberto Torres Blandina lo entrevistó Olga R. Sanmartín el sábado en el periódico. También sobre rodillas peladas: «Los adultos tratan a sus hijos como a bebés incapaces de valerse por sí mismos», denuncia en El arte de educar a estúpidos. Una crítica sociológica para recuperar la confianza en la educación (Barlin Libros). O sea, de nuevo la sobreprotección como asunto.

Luri tiene razón: no hay rodillas peladas y, en consecuencia (voy a ver si encuentro un burning paper), han disminuido grandemente las vacunaciones antitetánicas. Por el contrario, se ha registrado un preocupante aumento de yemas peladas, especialmente en los dedos índices de los muchachos, tecladodinia. Y aún mucho más escandaloso entre las muchachas, aunque en esta variedad de género hay otras causas distintas que el uso de teclados. En cuanto al profesor Torres Blandina hay que preguntarle si ese trato de los adultos a los niños «como bebés incapaces de valerse por sí mismos» lo extiende al universo (en el verso, metaverso) digital.

Tanto Luri como el profesor reaccionan contra una característica de nuestra época, que son los excesos de cuidado. Y que se confrontan, justamente, con la sociedad de los cuidados, patrocinada especialmente en España por la vicepresidenta Yolanda Díaz, de niña a mujer. Es una reacción crítica necesaria, aunque solo sea por la rebaja de cursilería que implica. Pero Luri, el profesor y tantos otros de nuestros buenos reaccionarios no reaccionan jamás contra la sobreprotección digital. Todo lo contrario: suelen exigirla. No entienden que los solares donde los niños se prueban rudamente con la vida son hoy abrumadoramente digitales.

El Gobierno acaba de hacer público un documento que es un exponente inane y ridículo de esta sobreprotección. Hace unos meses el ministerio de Juventud e Infancia, que dirige la nutricionista Sira Rego, formó una comisión de «50 expertos» -así llamó a la capellanía de abogados, psicólogos, pedagogos, relaciones públicas y unicefs que logró reunir- para que dijeran cómo proteger a los niños y adolescentes de la tecnología digital. Al difundirla, y con su acostumbrada y estomagante pompa de jabón, el Gobierno aseguró que por primera vez España tiene «un análisis de gran envergadura, que posiciona al Gobierno como un referente mundial en la protección integral de las personas menores de edad en el ámbito digital». El documento, al que no se le puede negar audacia, llega a plantear una serie de instrucciones por tramos de edad. Entre 0 y 3 los niños no deben exponerse (qué soverbio) a ningún dispositivo digital. Es decepcionante, en este punto, que la precaución empiece en 0 y no se aluda al feto, y a la explícita prohibición de que mamá escuche a Bach -los sixties decían que así los niños nacían más inteligentes- en sus airpods. De los 3 a los 6 la prohibición muta en consejo: solo si lo dice el juez, el niño puede hablar por Skype con papá divorciado. Y con la abuela de América, «en caso de necesidad, de forma puntual y bajo la supervisión de un adulto», Jeroma. Pero hay también para padres: hasta los 6 años no se debería usar el móvil en presencia de los niños. De beber vino, no dicen. Entre los 6 y los 12 se puede digitalizar, pero solo con un adulto, puntualmente, con límites prefijados y contenidos adaptados a su edad y capacidad, porno. Para entornos físicos y presenciales, no hay límites a las actividades vivenciales, en contacto con la naturaleza. Ahí vislumbro las rodillas de Luri, pero me mosquea tanto libertinaje. Entre los 12 y los 16 años, y en el caso de que se decida permitir el acceso, hay que cuidar los abscesos y proveer de teléfonos zopencos a los niños, sinécdoque. Y ahora imagine, ¡oh dilector!, lo que pasará con el niño que llegue virgen a los 16 años y un día y con su primera semanada haciendo encuestas para Médicos sin Fronteras, se compre a plazos un iphone reacondicionado.

¡Qué melonar! ¡Y teniendo que pagarlo!

Detrás de todas estas estupideces no hay Ciencia alguna. Solo pingüe propaganda de gremios y oportunidad política, no basada en la evidencia sino en la ignorancia. El documento tiene un nulo rigor y es fácil demostrarlo. Sobre la relación entre el uso digital, la salud mental y el aprendizaje hay mucho paper. A veces solvente y bienintencionado, consciente de la incertidumbre. Y otras veces al estilo del Guardian. A principios de este año el periódico publicó la noticia de lo que llamaron un groundbreaking study -así dicho, con letras de neón: un innovador estudio después del cual nada volvería a ser lo mismo- y un John R. MacArthur tituló imponente: «Un estudio pionero demuestra que los niños aprenden mejor en papel, no en pantallas. ¿Y ahora qué?». Pues ahora MacArthur vamos al n, es decir a lo que importa: 59 niños fue el tamaño de la muestra. Y habrían de descontarse los que discreparon del resultado final.

Sobre tamaños y solvencia la referencia científica mejor consolidada es el estudio publicado hace un año por Nature Human Behaviour. Un meta meta estudio, en realidad, que analizó 102 metanálisis (2.451 estudios primarios con un total de 1.937.501 participantes). Su primera frase es la última palabra momentánea sobre el asunto: «La influencia de las pantallas electrónicas en la salud de niños y adolescentes y en su educación no se conoce bien». Luego hay dos advertencias cardinales. La primera, parte de esta constatación magnífica, culo gordo, cerebro gordo, de la que ya di noticia: «También la lectura es un comportamiento sedentario». O sea: los riesgos de las pantallas hay que evaluarlos en relación con sus beneficios. La segunda es esta: «Dados nuestros resultados, apoyamos la tendencia continuada a alejarse de las recomendaciones para reducir el 'uso de pantallas', y en su lugar centrarse en el tipo de uso de pantallas». Es decir, lo contrario de lo que hace el documento de los capellanes. El meta meta de Nature sirve también para evaluar su calidad. La nota bibliográfica número 164 del documento español cita ese estudio y pretende dar con él sostén científico al párrafo siguiente: «Existe un preocupante aumento en cuadros de ansiedad y depresión en NNA (niños, niñas y adolescentes y supongo también que adolescentas) en las últimas dos décadas, principalmente a partir de 2011, con una aceleración en los últimos años. Los sentimientos de ansiedad y depresión han aumentado hasta un 70% en adolescentes en los últimos 25 años, junto a un descenso en la edad de aparición de problemas emocionales, coincidiendo entre otras causas con el auge de las redes sociales164». No hay una sola línea de Nature que permita usarla como fuente de autoridad del párrafo. Y esta es la única vez que el documento encargado y asumido por el Gobierno cita el estudio más solvente sobre el asunto. Se comprende: Nature impugna el diagnóstico y las medidas que el Gobierno propone para afrontar la supuesta relación dañina entre salud mental y aprendizaje, y el uso de los dispositivos digitales.

No se sabe si la salud mental de los niños y adolescentes ha empeorado. Lo que se sabe es que la detección y el tratamiento de los problemas mentales han aumentado de manera significativa. Hasta tal punto que se sospecha (también con papers en la mano) que el foco sostenido sobre la salud mental está empeorando la salud mental. Pero bien está. La causa más decisiva de la creencia de que el mundo empeora es que va a mejor.

(Ganado el 7 de diciembre, a las 15:27, convulsionado por la lista que acaba de publicar el suplemento Ideas, haciendo exacto honor a su nombre, y en la que Butler, Tararí, Sandel (aunque no su hijito), Zizek y Byung-Chul Han figuran como los cinco influencers mejor pagados del mundo)